lunes, 1 de diciembre de 2008

Animar a tu equipo no es un delito. Jornadas contra la ley del deporte en España

Por Bukaneros
Ultras del Rayo Vallecano



Hubo un día en el que la libertad era una utopía que creíamos a nuestro alcance. Aunque esta fuera una simple ilusión, al menos quedaban ciertos resquicios de ella.

Hubo un día en el que tomarse unas cervezas o dar un par de voces no eran considerados como graves delitos. Un día en el que los estadios de fútbol aún no eran estados policiales y en el que una bota de vino aún era un inocente objeto que servía para confraternizar con el de al lado. Hubo un día en el que un seguidor era un seguidor y un delincuente un delincuente, y nada tenía que ver una cosa con la otra. Ese día animar a tu equipo no era un delito, ni el fútbol un teatro, y se podía ver de pie y dar colorido con banderas y bengalas. En ese día también ocurrían injusticias, también se ponían multas, también cargaba la policía y todos nos quejábamos sin saber que, poco después, echaríamos de menos esa situación.

Porque hubo un día en el que los ultras parecían ser los peores enemigos del estado, los más peligrosos. Y para ellos se hicieron leyes especiales aunque atentaran a la lógica, los derechos humanos y las libertades. Le buscaron nombres bonitos con los que engañar a todos, porque ¿quién no va a estar ‘contra el racismo y la violencia en los espectáculos deportivos?’. Y llegó la nueva ley del deporte, y con ella los delitos inventados, las multas disparatadas, las vidas arruinadas, bajo el seductor nombre de ‘Ley contra la violencia, el racismo, la xenofobia y la intolerancia en el deporte’.

Hubo un día en el que al mundo ultra, al mundo de las gradas, al FÚTBOL con mayúsculas y con pasión, se le colocó la horca para esperar una muerte cuya única incertidumbre es el tiempo que tardará en llegar.

Se puede esperar, resignado, a que la soga imponga su ley, quizá con la esperanza, más bien ilusión, de que de algún modo pueda cortarse. Pero cada día que transcurre, es un día menos. Porque la represión aprieta... y también ahoga.

Hubo un día en que alguien decidió que esa represión no acabaría con él, al menos no lo haría sin ni siquiera haber encontrado oposición, batalla, pelea. Y batalló y peleó, porque en su estadio, en su grada, la represión sobrepasó todos los límites cuando hacia meses que no ocurría el más mínimo incidente en un partido de su equipo.

Ante la represión, podría haber seguido el camino de la pasividad, el de la conformidad por la dificultad de parar una situación que cada día va a más. Pero optó por luchar, por hacer algo más que mostrar un estandarte, una pancarta mensaje o una protesta aislada, y organizó unas jornadas completas contra la nueva ley del deporte y la represión en las gradas. Unas jornadas con concentración, con charla informativa, con reparto de panfletos y con concierto solidario.

Hubo un día en que él, junto a otros muchos como él, dejó atrás su estadio, su barrio, su casa y tomó el centro de una capital que les observaba entre atónitos e incrédulos. No fue fácil conseguirlo. Desde un primer momento las autoridades no daban crédito, no podían creer que un grupo ultra convocara una concentración en el centro neurálgico de la ciudad. Era la primera vez y por ello las dudas, las interrogantes, las preguntas de si era una quedada pactada con otros grupos para enfrentarse, las mil ojeadas al calendario para comprobar que no había motivo aparente para realizar tal acto, las reticencias en otorgar el permiso. Pero se obtuvo y fue la primera batalla que ganó, poder concentrarse en la misma Gran Vía, un lugar no escogido por casualidad.

Las inmediaciones de los juzgados del contencioso-administrativo, sitio al que más de uno como él se ha visto obligado a ir y más de uno se verá obligado a hacerlo, recibió nuestra visita. Esta vez no fue algún miembro en solitario disimuladamente bien vestido y de la mano de su abogado, sino con la compañía del resto de compañeros.

El tiempo no acompañó, al igual que el resto de circunstancias, pero ni la lluvia, ni el escaso tiempo para preparar la concentración le restaron un ápice de importancia, de todo el significado que tuvo aquella protesta que partió en corteo desde el Estadio de Vallekas y desembarcó en la Puerta del Sol entre el colorido de las banderas y la rabia de los manifestantes. Hubo un día en el que un grupo silenció el centro de la ciudad con cánticos contra el Consejo Superior de Deportes, la nueva Ley del Deporte y aquellos innombrables que la aplican.

Y tras ese día hubo otro en el que la lucha continuó, sabedor de que la nueva ley afecta a todos los amantes del fútbol y no sólo a los ultras, intentó concienciar a toda la afición con miles de panfletos informativos. Pero sólo lo intentó, porque para los causantes de esta represión eso no es informar, sino incitar a la violencia, y con esta excusa quisieron sancionar a más miembros y requisar todos los panfletos.

Él y sus compañeros llevaron una protesta tan firme como unitaria. Desde el primer hasta el último minuto del encuentro mantuvo su grada completamente vacía y no se escuchó cántico alguno en el estadio. La represión consolidó aún más la unión y la amistad, que se evidenció justo después en la comida que congregó a multitud de miembros y que fue la antesala de una charla ofrecida por el abogado del grupo. La información otorga poder y el debate enriquece. Y para que esa información salga del gueto en el que se convierte el estadio es necesario llegar a la mayor población posible. Y hubo un día, y dos, y tres, en el que las calles amanecieron decoradas y las paredes hablaban por sí solas con las pintadas contra esta represión que fueron realizadas en multitud de barrios.

Un día esas mismas calles se vieron plagadas también de carteles. Anunciaban un concierto, cuya recaudación sería destinada a pagar esas multas, porque la represión no es una película, sino una puta y triste realidad.

ANIMAR A TU EQUIPO NO ES UN DELITO
NO A LA LEY DEL DEPORTE

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